El advenimiento de las sombras
Para alguien acostumbrado a la
luz del Sol, a días cálidos e interminables, la llegada del otoño supone el
advenimiento de un tiempo de sombras, de anocheceres precipitados. El 22 o 23 de
Septiembre, el Sol, transita por el Ecuador y ese día las horas del día y la
noche son equiparables. En el hemisferio Norte, en España, es la llegada del
equinoccio de Otoño, el equinoccio de primavera en los países hispanoamericanos
del hemisferio Sur. Para los que hemos nacido en lugares alimentados por la luz
y somos amantes de ella, las sombras del otoño, provocan en nuestro ánimo una
cierta sensación de aplomo, y en nuestras pupilas, la añoranza por aquellos
días de Febrero en los que la luz comienza a superar la oscuridad invernal.
Para los que amamos los largos y cálidos días de primavera que dan señales de
estar cercanos a finales de Febrero, para los que amamos esa explosión de luz primaveral
desde Marzo a Junio, unida a olores de azahar y dama de noche de las calles de
Sevilla, para los que tenemos la luz del Sol metida en la memoria de cada una
de nuestras células, de nuestro ser, las sombras del otoño son como una caída hasta
el precipicio de los días de lluvia, hasta las tarde que anochecen antes de lo
que desearíamos, no sólo por los efectos del cambio de estación, sino también,
por los cambios horarios impuestos por las autoridades bajo excusa de un
supuesto ahorro energético.
A los que transitamos
melancólicos por las cortas tardes otoñales suspirando una puesta de Sol cada
día más tardía, sólo nos quedará ilusionarnos con la proximidad de la Navidad,
de las luces en las calles, de las celebraciones familiares con las que damos
un empujón final al año viejo para dar inicio a nuevas ilusiones, a trescientos
sesenta y cinco atardeceres venideros y a una nueva estación más benevolente.
Eso añoramos los hijos de la luz.
Carmen torronteras de la cuadra.
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